No todo está perdido

La marea de locura me trajo a Buenos Aires por unos días, tras casi un año en Santa Cruz. El primer bondi (colectivo, autobus urbano, micro, etcetera) que tomé en la ciudad era un sin fin de caras largas.
Uno, que es de hablar, interpelar, buscar sonrisas, sintió (sentí) que mis probabilidades de llevarme el "triunfo" eran bajas.
No quise ser prejuicioso y lo intenté: así salió, mal. Al menos no me respondieron de mala manera, a veces, se entiende también, la gente no tiene ganas de hablar.

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